El 80% de la semilla que se siembra en Suecia es certificada. En Francia, Italia y Reino Unido también es más de la mitad. Los agricultores españoles hacen la sementera de cereales (avena, cebada, trigo, centeno y triticale) con el 32% de semilla certificada. El crecimiento es continuado. Hace solo seis años el porcentaje estaba doce puntos porcentuales por debajo.
Las mejoras en la producción agrícola, la reducción de los costes de la explotación y la eficiencia de las nuevas variedades son argumentos que al productor le convencen para que apueste sobre seguro por la certificada de las variedades más recientes en el mercado. El trabajo y la inversión de los obtentores están bien justificados.
El coste de desarrollo de una variedad en la Unión Europea ronda el millón y medio de euros. Y para ello la compañía necesita más de diez años para desarrollarla y contrastar que produce más y se adapta mejor a determinados terrenos y comarcas.
En los últimos catorce años, el rendimiento medio de las diez variedades de trigo más sembradas en España ha aumentado en 30 kilos por hectárea y año gracias a la aportación que supone la incorporación al mercado de nuevas variedades, que son de mejor calidad, más productivas y resultan más rentables.
La aportación económica que el agricultor hace para comprar la semilla certificada y por acondicionar su grano repercute a su favor. Por el resultado que obtiene en la cosecha y porque ese dinero sirve además para que la investigación y la divulgación sobre las nuevas variedades sigan adelante.